Hacía ya tiempo que no veíamos una jugada así. Más que una jugada, fueron varios los movimientos de ballet fino y acompasados, de encantamiento, con la gracia de sus diecinueve años y su genio indiscutible.
Pedri nos deleitó con un gol de aquellos trascendentes, que quedan grabados como huellas en la memoria y mucho más allá que la simpleza un resultado. Porque partidos hay decenas, cientos de ellos en la travesía de toda una temporada, mas aquella estampa de caballero hidalgo de la edad media se da solo una vez cada quién sabe cuánto.
Entró al área sin pedir permiso y sin pensarlo porque la genialidad no se prepara sino que se improvisa, soportó la carga de un defensor y ahí te quedaste, esperó al otro y con un sutil quiebre le explicó cómo es hacer el ridículo cuando un mago decide aparecer.
Un disparo improbable al arco del Sevilla, el arquero se estira no para contener la bola sino para justificar que es el amo de la valla, y el mundo entero sonríe, se complace, y respira de nuevo con honda satisfacción porque acaba de aparecer en Barcelona el eslabón perdido del fútbol universal…
Porque al fútbol de hoy día, tan entregado a la velocidad, la potencia y la fuerza, le están haciendo falta los artistas que lo hagan regresar a la niñez, al barrio, a la calle donde se vivió los primeros años de la existencia. Esos jugadores como Pedri, como Vinicius, como Dusan Vlahovic son cada día más escasos, y quizá hasta mal vistos, “ya llegó este otra vez con sus gambetas, con sus trucos, qué fastidio con esos chicos”, dicen algunos empresarios, complacidos con los futbolistas que a fuego vivo se abren paso entre las defensas adversarias…
El Caracas-Atlético Paranaense fue uno de esos partidos en los que, sin haber goles, distrae. Ir y venir, y aunque el cuadro brasileño puso las leyes, el equipo venezolano no desentonó. Claro que habría que aclarar un concepto. No fue que el Caracas ganó un punto, sino que perdió dos como local; decir que obtuvo uno es aceptar que se es pequeño.
El fútbol nacional debe sacudirse esa diminutez, ese sentirse menos y asumir que aun siendo menos, se compite para clavar la lanza y derribar al encumbrado adversario, sea quien sea.
En la misma jornada, pero en Colombia, el Deportivo Cali de Rafael Dudamel dio esa demostración que la gente aquí también quisiera ver en los criollos: ganó dos a cero, sin complejos ni silencios que le hiciera callar, y por la calle del medio al encumbrado Boca Juniors. ¿Cómo les parece? Nos vemos por ahí.