El componente emocional que ha hecho del fútbol el deporte más practicado y seguido en el planeta reside en la superstición de que sin importar la calidad, los recursos y el palmarés del rival, siempre habrá posibilidades de derrotarlo.
La verdad es que casi nunca el pez chico se devora al grande, y la muestra más evidente es que a las Copas Mundiales de Fútbol siempre acuden los países acostumbrados, y el trofeo solo ha sido ganado por las potencias del balón: Brasil, Alemania, Italia, Argentina, Francia, Uruguay. Inglaterra y España. En otras palabras: apenas ocho de las 211 federaciones que cada cuatro años compiten por clasificar a los mundiales han levantado el trofeo.
Los seguidores de la Vinotinto también hemos sucumbido al sueño mundialista, que termina chocando con la realidad competitiva del fútbol nacional. Desde hace tres décadas, Venezuela ha mejorado la inversión en el fútbol profesional. Se han construido modernos estadios; los dueños de equipos han invertido en la formación de nuevos jugadores; contamos con entrenadores más capacitados y con árbitros que figuran entre los mejores del continente y el mundo como Jesús Valenzuela.
Solo que a la hora de enfrentar a potencias de este deporte como Brasil, Argentina y Uruguay, que ya aseguraron su pasaje al Mundial de Catar 2022, salen a relucir las debilidades que históricamente carga en su mochila de deberes el fútbol venezolano.
Faltan delanteros que puedan convertir goles de manera consistente en cada enfrentamiento; se cometen errores imperdonables en la salida del balón o la defensa falla en el despeje de los tiros de pelota detenida que terminan en el fondo de la red; tal como ha ocurrido a lo largo de esta eliminatoria bajo la conducción de los técnicos José Peseiro, Leo González y el argentino José Pékerman, quien ha llegado para renovar el sueño de ir al próximo Mundial de 2026.
Pero el fútbol es la religión más variopinta y universal de esta época, cuya fe se acrecienta cuando se producen milagros tangibles que ningún otro culto puede ofrecer en estos tiempos de modernidad. Milagros poderosos, a la vista de millones de aficionados y transmitidos en directo por los medios de comunicación y las redes sociales, como el triunfo de Macedonia del Norte sobre Italia, un pequeño David que de nuevo derrumba al gigante Goliat con un piedrazo en la frente.
Ningún jugador de Macedonia es una figura destacada en Europa. La selección de este diminuto país balcánico de 2,3 millones de habitantes cuenta con una modestísima liga profesional de fútbol integrada por 12 clubes, ninguno de los cuales puede compararse con instituciones legendarias como el Milan, Inter o la Juventus de la Serie A de Italia.
Solo para tener una idea de las enormes diferencias entre el fútbol de ambos países, hay que mirar los números. La plantilla de Italia está valorada por el portal transfermarket en 856 millones de euros, mientras que la de Macedonia llega a 64 millones de euros. Italia, además, tenía de su lado la historia: cuatro títulos del mundo, mientras que Macedonia solo podía exhibir como gran logro el llegar a la ronda de repechaje.
Italia, el país que hizo del contragolpe y la defensa a ultranza un método eficaz para ganar títulos, fue víctima de su propia creación. Agazapada en su territorio, Macedonia necesitó de un solo tiro entre los tres palos de Aleksandar Trajkovski para tumbar a Italia y dejarla fuera del Mundial de Catar. De triunfos imposibles como el de la selección balcánica es que se nutre el fútbol para insuflar los sueños de los aficionados del mundo. La Vinotinto se mira en el espejo de Macedonia y también sueña con derrumbar gigantes.
Caracas tiene que mejorar mucho para
El reto de avanzar en la Copa Libertadores o la Copa Suramericana se cruza como cada año en el camino del Caracas Fútbol Club. Tras la salida de Noel Sanvicente del banquillo, el cuadro capitalino se ha mostrado sin autoridad para dominar los partidos en las primeras fechas de la Liga Futve. El equipo de Francesco Stifano no exhibe una propuesta de juego consistente; y el poderoso ataque de los rojos encabezado por el africano Akinyoola aún no funciona en su máxima expresión.
Esta versión del Caracas tiene que mejorar mucho para dar batalla y salir bien librado ante Paranaense de Brasil, Libertad de Paraguay y The Strongest de Bolivia. Queda poco tiempo para encarar el torneo internacional, y Stifano deberá buscar soluciones para que los rojos saquen máximo provecho al mejor atacante que ha pasado en los últimos años por sus filas.