Las sonrisas han vuelto. Y junto a esa manifestación inequívoca de alegría también asoma la euforia, porque la vacuna contra el indeseado coronavirus se expande, como se expandió el virus, por todo el planeta.
Los países y sus gobiernos se afanan en convocar a la gente para la inyección sanadora, y el ser humano comienza a despertar de un letargo que se ha tragado con su voracidad todo el 2020. Ah, qué amable ha de ser que todo funcione, que la vida ande, que apreciemos en toda su dimensión ese regalo que el Señor no da a cada instante.
Las precauciones pervivirán algunos meses más, pero allá adelante, en el horizonte hasta donde la vista alcanza, ya se podrá divisar la esperanza de un día a día en los que lo más hermoso es la cotidianidad, el hacer las mismas cosas una y otra vez…
Y entonces, retornar, como los hijos pródigos volvieron al padre en el pasaje bíblico, a los estadios del mundo. Es desolador mirar la desolación, valga el juego de palabras, en el fútbol, en el beisbol, en el tenis, en el boxeo, en cuanto deporte se practique.
El juego con el aficionado en la grada es la representación de un anhelo ferviente, un teatro donde los actores llevan consigo la identidad propia y, en el fondo de todo, el deseo de ser mejores. Sin espectadores ni fervores, sin amores ni pasiones, las jugadas pierden su alma y esa magia que da el espectáculo.
Las llegada del virus ha demostrado lo frágil del ser humano, su debilidad, pero también su entereza, su profunda capacidad para defender aquello que tanto ama: la vida. Y con ella, todo lo que arrastra: hombres, mujeres y niños ligando y gritando desde el graderío es una de las manifestaciones más queridas que la existencia ofrece…
Pero como no todo puede ser un buen gusto, a un costado del jolgorio por la llegada de la vacuna hay quien se entristece. Jóvenes y adolescentes de Suramérica sienten la frustración por la suspensión de los Suramericanos Sub 20 y Sub 17, y con este tropiezo, también los mundiales de esas edades.
Aguardando en los jardines de las ilusiones, los muchachos querían mostrarse y hacer carrera, buscarse un porvenir más acorde con sus sueños y anhelos más acariciados. Los próximos torneos de esas edades serán ahora en 2023, y ellos, especialmente los de 20 años, ya andarán por otros confines y en procura de distintos objetivos.
No habrá reproches, no habrá a quién reclamar porque estas cosas escapan al control humano, qué se le va a hacer. Vivir, muchachos, ir hacia adelante, encaramarse en el tren de la historia y olvidar las trampas puestas en el camino.
Nos vemos por ahí.