El fútbol, como todas las actividades humanas, está por encima de aquellos que lo hacen posible. Lo acabamos de ver el domingo antepasado, en el enfrentamiento visceral Atlético de Madrid-Real Madrid. Fue un choque a morir, figurativamente hablando, con roces y discusiones en toda la cancha, y con aficiones entregadas a fondo con los colores de sus uniformes.
Era un carrusel de sentimientos, de apegos a uno y a otro que arrastraban amores que llegaban hasta luchas irreconciliables, peleas de pura verdad, combates que se debatían entre el fervor por una causa y lo ideológico que puede tener el fútbol. Los dos goles de Álvaro Morata y el de Antoine Griezmann fueron delirio y desenfreno; el de Toni Kross el despertar de una frustración reprimida. Y detrás de ellos, aferrados a sus camisetas, dos equipos entregados y generosos y una ciudad dividida por el fútbol en dos mitades.
Ser acólito de un club representa mucho más que su asistencia a un partido, más que su presencia para hinchar por una bandera; es la identificación de cuerpo y de alma lo que está en medio de todo, la entrega que enorgullece en todas las circunstancias posibles. Las más encarnizadas rivalidades a menudo son aquellas de vecindad, como la del Atlético y el Real, como la de Italia y España, la de Perú y Ecuador, la de Brasil y Argentina, la de Colombia y Venezuela. En ellas se envuelvan sentimientos nacionalistas que van más allá del juego y aunque no trascienden, siguen ahí, vivas por siempre porque su origen no está en el fútbol, sino en otras circunstancias vitales: la historia, la geografía, el intercambio comercial; “cordiales enemigos” de toda la existencia, amores y odios, este en el mejor sentido, así no lo expresen claramente.
Ha pasado un tiempo, ese que en su indetenible caudal se lo lleva casi todo por delante, y ya no están los que fueron idolatrados y dueños casi absoluto de los medio de comunicación social. Ahora Cristiano marca goles y hecha fuego en Arabia Saudita, Messi revienta redes y encanta en Estados Unidos. Y preguntamos: ¿han dejado de asistir los aficionados a los estadios, hay alguien que se haya quedado en casa porque ellos ya no maravillan en las canchas del país?, ¿era tan poderoso su embrujo y eran ellos los imanes que a su solo paso atraían multitudes? En el partido citado entre los dos enconados adversarios madrileños, y en muchos otros en donde el Barcelona ha estado en el campo, las muchedumbres siguen en lo suyo. La gente lamenta la ausencia de las dos figuras, pero no tanto como para dejar la loca pasión en la cuneta de los olvidos; así ha sido desde que el mundo es mundo, desde que la humanidad está sobre la tierra. Y entonces, pronunciemos el lugar común, aunque no por eso deja de ser verdad: “Los hom
bres pasan, las instituciones siguen”. Así los hombres se llamen Cristiano Ronaldo y Lionel Messi.
Di Stéfano, Pelé, Maradona…
El fútbol es asunto de épocas; no hay ni ha habido un jugador que dure toda la vida: el fútbol sí. Alfredo Di Stéfano llenó la época antes de la televisión, y por eso, y por su gran clase, su carrera de llenó de leyendas.
La gente que había tenido el privilegio de verlo contaba cosas de fábula que todos le creían.
Luego apareció Pelé, ya con los aparatos de la tele instalados en casa, y su llegada, como salida de una lámpara de mago, fue un impulso definitivo para el fútbol con su épica y sus tres títulos mundiales. Seguiría Diego Armando Maradona, convertido no solo en jugador extraordinario, sino en un símbolo del ser argentino; su actuación en México 86 llenó la vida de un país herido por la derrota de las Islas Malvinas.
Eso ha sido el fútbol, así ha sido siempre, un creador de semidioses que la gente de todas partes ha tomado como suyos.
EN TIPS
Aquí
Caracas y Táchira han alimentado su enojo permanente. No se aceptan unos a otros y sus partidos encendidos son choques de trenes sin aceptación mutua.
Encono
En Argentina no hay manera de que uno de Boca Juniors “trague” a uno de River Plate. En Brasil sucede cosa parecida entre los de Flamengo y Fluminense.
Novedad
La insurgencia del Girona, liderado por el venezolano Yangel Herrera, tiene a Cataluña alzada. Ahora es rival de todo aquel que quiera tumbarlo en España.
Misoginia
La presencia de mujeres en el arbitraje no es aceptada por algunos tradicionalistas. Según argumentan, no podrían cumplir con labores propias de hombres.
Tiempos
En días de idolatrías siempre han surgido contrafiguras. A Di Stéfano le salió Garrincha, a Pelé se le apareció Eusebio, a Maradona le surgió Ruud Gullit.