El estilo es la marca indeleble con la que un entrenador hace jugar a su equipo. La posesión del balón, el juego combinativo, la presión defensiva y la búsqueda permanente del jugador libre es el estilo innegociable con la que catalán Pep Guardiola hace jugar a los equipos que dirige. El fútbol a toda velocidad, de escasos toques y contragolpes fulgurantes tras la recuperación del esférico ha sido el método empleado por el alemán Jurgen Klopp en los clubes que ha dirigido en Alemania y ahora en el Liverpool de la Premier League de Inglaterra. Con tiempo, recursos económicos para fichar a jugadores que encajen en la propuesta, el estilo del entrenador puede sostenerse y dar los resultados esperados por su exigente afición y millonarios dirigentes.
Pero la realidad de un club es muy distinta a la que viven los entrenadores de las selecciones nacionales, como es el caso de Venezuela. La eliminatoria impone ajustar las piezas, utilizar con el mayor provecho posible los efectivos a disposición, y planificar cada partido con la obligación de sumar puntos ante rivales con propuestas que varían en poco más de tres días. De allí el mérito que ha tenido el trabajo de Leonardo González y todo el equipo técnico que lo secunda en la Vinotinto. Sin un solo partido de preparación, con una plantilla repleta de bajas y anímicamente golpeada por los pobres resultados que habían obtenido en la eliminatoria, Leo ha logrado inculcar un estilo a la selección.
Las nuevas señas de identidad son visibles. La selección intenta salir jugado desde el fondo a partir de la salida limpia que aporta Nahuel Ferraresi, el central más confiable y seguro que ha tenido Venezuela desde los tiempos de José Manuel Rey. La solidaridad es otro sello de la Vinotinto. Todos tienen que desplegarse para presionar, reducir espacios o hacer las coberturas. El emblema de esta actitud comprometida hasta las raíces la encarna José “Brujo” Martínez, un todocampista de los nuevos tiempos que recupera el balón con la técnica de un cirujano plástico, sin dejar una sola marca en su trabajo quirúrgico, pisa el balón, acelera o marca la pausa y, además, llega al área rival con peligro.
La selección de Leo mostró ante Brasil y Ecuador que es un equipo coral, donde las voces colectivas ocultan las deficiencias vocálicas de algún intérprete. Ante las bajas de la triple S de Soteldo, Savarino y Salomón, el fútbol de la selección recayó en la profundidad que aportaron Ronald Hernández y Eduard Bello por la banda derecha, la movilidad y omnipresencia de Darwin Machís, el empuje cada vez más consistentes del renacido Adalberto Peñaranda y la fe indoblegable de Eric Ramírez de pelear en el área para sacar filo a las oportunidades de gol. La selección está muy lejos de Catar, pero hoy exhibe un estilo definido que con tiempo y más trabajo puede reducir la distancia para el Mundial de 2026.